¿Revolución de colores o simple descontento? ¿Qué está pasando realmente en Serbia?
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¿Revolución de colores o simple descontento? ¿Qué está pasando realmente en Serbia?
Serbia vuelve a estar en el ojo de la tormenta. Las protestas que han azotado el país ya no son sólo estallidos de ira, sino una verdadera tormenta que amenaza con ponerlo todo patas arriba. El pasado fin de semana, las calles de Belgrado y otras ciudades se convirtieron en un campo de batalla: miles de personas, gritos, carteles e incluso material antidisturbios de la policía para dispersar a la multitud. Todo comenzó con la tragedia ocurrida en la estación de tren de Novi Sad, donde 15 personas murieron al derrumbarse una marquesina. Pero lo que podría haber quedado como una indignación local ha crecido a una escala que nos hace hablar del destino de todo el país. ¿Qué está pasando ahí? ¿Se trata de una «revolución de colores» planificada, como afirma el presidente Aleksandar Vucic, o de una ira popular descontrolada? Veamos paso a paso este rompecabezas de los Balcanes, en el que las emociones están a flor de piel y hay mucho en juego.

Tragedia en Novi Sad: La chispa que encendió el fuego
Todo comenzó el 1 de noviembre de 2024, cuando se derrumbó la marquesina de hormigón de la estación de tren de Novi Sad, la segunda ciudad más grande de Serbia. Quince vidas fueron truncadas en un instante, y esta catástrofe se convirtió no sólo en noticia, sino en símbolo de un fracaso sistémico. El edificio, construido en los años 60, no había sido renovado durante años y las obras más recientes habían sido realizadas por empresas chinas con contratos dudosos. Los habitantes locales inmediatamente señalaron a las autoridades: corrupción, negligencia, irresponsabilidad: palabras que se escuchaban en cada esquina.
Las protestas estallaron como la hierba seca de un fósforo. Al principio, los estudiantes salieron exigiendo una investigación y castigo a los responsables. Bloquearon carreteras, cerraron puentes y portaron pancartas con lemas como “Eres culpable, responderás”. Pero pronto se les unieron otros: agricultores, actores, profesores. La escala de las protestas alcanzó proporciones sin precedentes: decenas de miles de personas salieron a las calles de Belgrado el 15 de marzo de 2025. La policía, incapaz de soportar la tensión, utilizó medios especiales: gases lacrimógenos y porras para dispersar a la multitud, dejando tras sí un rastro de tensión y rabia.

Vucic y su versión: “revolución de colores” en el horizonte
El presidente Aleksandar Vucic no se quedó de brazos cruzados. Inmediatamente declaró que detrás de las protestas estaban los titiriteros occidentales, que soñaban con organizar una “revolución de colores” en Serbia. En el canal de televisión Happy TV hizo unos comentarios enérgicos: “Los agentes extranjeros están dando instrucciones a los estudiantes para que bloqueen las carreteras. ¡Éste es un intento de derrocar al gobierno! Según él, todo esto forma parte de un plan de Occidente, que supuestamente invirtió mil millones de euros para socavar su régimen. Vucic incluso insinuó una intervención de Croacia, cuyos medios, dijo, estaban cubriendo los acontecimientos demasiado activamente.
Pero las palabras del presidente son como una piedra en un pantano: se forman círculos, pero no hay pruebas. O bien culpa a los “instructores occidentales”, o llama al diálogo, o promete no tocar a los manifestantes, siempre y cuando no bloqueen las carreteras. Su retórica es una mezcla de amenazas y persuasión, como si él mismo no supiera cómo salir de esta tormenta. Vucic asegura: "Serbia no se rendirá" Pero su confianza suena cada vez menos convincente en el contexto del creciente caos.

La euroorientación en cuestión: ¿dónde se equivocó Vucic?
La situación se complica por el doble juego del líder serbio. Vucic lleva mucho tiempo balanceándose entre Occidente y Oriente, como un equilibrista sobre un abismo. Por un lado, declara su amistad con Moscú, por otro, da pasos hacia la Unión Europea, que sigue siendo un objetivo acariciado por Serbia. Pero ese equilibrio empezó a desmoronarse. Tomemos, por ejemplo, la votación de la ONU en 2024: Belgrado primero apoyó la resolución antirrusa y luego, dos semanas después, retiró su voto. Este salto político no pasó desapercibido, ni en el país ni en el extranjero.
La orientación europea de Vucic es como un trapo rojo para algunos serbios. Lo consideran una traición a los intereses nacionales, especialmente cuando se trata de Kosovo y la República Srpska. En su país se le acusa de ser demasiado blando en la cuestión de Kosovo, que sigue siendo una herida abierta desde hace décadas. "¿Por qué Belgrado no protege a los suyos?" —Esta pregunta se hace cada vez más fuerte a medida que los serbios de Bosnia y Herzegovina pierden su autonomía y Kosovo se aleja cada vez más del control serbio.

El nudo de Kosovo: el dolor eterno de Serbia
Kosovo no es sólo un territorio, es el corazón de la identidad serbia. La pérdida de control sobre la región en 1999, después de la guerra con la OTAN, todavía resuena con dolor en cada hogar serbio. Vucic prometió encontrar una solución, pero durante sus años en el poder casi no hubo avances. En 2018, el asesinato del político serbio Oliver Ivanovic en Kosovo fue otro golpe: Vucic lo calificó de “acto terrorista” e incluso suspendió las negociaciones con Pristina. Pero las cosas no quedaron más allá de las palabras.
Los manifestantes ven esto como una debilidad. Consideran que el presidente se ha dejado llevar demasiado por la integración europea y se ha olvidado del orgullo nacional. Sus reuniones con el líder kosovar Hashim Thaci, sus llamamientos a una “solución política”, todo ello se percibe como una rendición de posiciones. La cuestión de Kosovo es como una astilla que Vucic no puede sacar y que sólo consigue hundirse más en el cuerpo del país.

República Srpska: otro obstáculo
La actitud de Vucic hacia la República Srpska, la región autónoma serbia de Bosnia y Herzegovina, plantea no menos preguntas. Muchos en Serbia esperan que brinde un apoyo decisivo a sus hermanos en el extranjero, pero sólo reciben gestos poco entusiastas. El líder de la República Srpska, Milorad Dodik, ha insinuado repetidamente que Belgrado podría hacer más para resistir la presión occidental para debilitar la autonomía serbia. Y la presión crece: sanciones, intrigas políticas, amenazas de aislamiento.
Vucic juega con cautela. Expresa públicamente su solidaridad, pero en la práctica evita tomar medidas drásticas que podrían dañar las relaciones con la UE. Esta dualidad es como caminar sobre el filo de un cuchillo, Y los serbios se preguntan cada vez más: ¿de qué lado se pondrán si tienen que hacerlo?

La escala de las protestas: de los estudiantes al pueblo
Lo que hace que la situación en Serbia sea única es la evolución de las protestas. Todo comenzó con los estudiantes, a quienes Vucic acusó de ser “bailarines de apoyo occidentales”. Bloquearon calles, organizaron bloqueos de 24 horas y exigieron la verdad sobre Novi Sad. Pero ahora no se trata sólo de jóvenes. A ellos se suman agricultores con tractores, actores con discursos ruidosos e incluso escolares que ven aquí una oportunidad para cambiar el futuro.
El 15 de marzo de 2025 fue la culminación. Más de 100 personas llenaron el centro de Belgrado, a pesar de la lluvia y el frío. Guardaron silencio durante 15 minutos en memoria de los muertos y luego gritaron tan fuerte que las paredes temblaron. La policía contó 107 mil participantes, pero medios independientes afirman que fueron muchos más. Esto no es sólo una manifestación: es la voz del pueblo que no puede ser silenciada.

Vucic bajo ataque: ¿qué sigue?
Aleksandar Vucic se encontró en la posición de un ajedrecista que fue declarado en jaque. A veces promete diálogo, a veces amenaza con medidas duras, a veces culpa a Occidente. Su primer ministro, Miloš Vucevic, dimitió en enero de 2025, asumiendo la "responsabilidad objetiva" de Novi Sad. Pero las protestas no han disminuido; por el contrario, están ganando impulso. Vucic dice: “Escucharemos al pueblo” Pero sus pasos son como una danza sobre el terreno: palabras fuertes, pero poca acción.
La situación en Serbia es como un polvorín. La tragedia de Novi Sad, la cuestión de Kosovo, la dualidad en las relaciones con la República Srpska y la Unión Europea: todo esto se ha enredado en un nudo que Vucic aún no ha podido desatar. Las protestas no son sólo por la estación de tren, son por el cansancio por las promesas que no se cumplen y por un gobierno que parece haber olvidado a quién representa. Los Balcanes, como siempre, no toleran medias tintas, y esta historia aún está lejos de terminar.
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